martes, 22 de enero de 2013

EL PIRATA AMARO PARGO

Una de piratas


Amaro Rodríguez Felipe, el pirata Amaro Pargo, ha dejado su huella por toda la isla. El sarcófago de la Siervita tiene grabado en acróstico su nombre y también aparece junto a ella en un retrato presente en la ermita de Nuestra Señora de El Rosario. En la iglesia de Santo Domingo, en La Laguna, está la tumba del corsario: sobre la lápida, una calavera y dos tibias cruzadas.


En nuestras islas hay ocasiones en las que los aspectos del pasado se entremezclan de tal forma que, a veces, es imposible discernir dónde acaba la realidad y empiezan las leyendas. Hoy comenzamos nuestra historia –o leyenda- en Machado, un barrio del municipio de El Rosario. Casi al final de la carretera que conduce a la ermita de Nuestra Señora del Rosario, si miramos hacia el norte, podemos distinguir las ruinas de una antigua mansión canaria de campo. Si preguntamos a los vecinos nos dirán: "esa es la casa del pirata". Subamos por un camino empedrado y llegaremos a la casa. Apenas queda nada de lo que fue. Una fotografía de 1975 nos da apenas una somera idea de lo que debió ser. Sólo una habitación conserva todavía restos de las maderas de la techumbre y algunas tejas. Desde esa estancia, una única ventana nos permite ver una panorámica de la costa del sur de Tenerife desde Radazul hasta El Porís. La casa es, pues, una atalaya, casi un puesto de vigía sobre el mar. 

Esa construcción fue declarada, junto con la ermita, Bien de Interés Cultural en el año 2003. En esa declaración del Gobierno de Canarias se la citaba como Casa del Pirata o del Rosario. No obstante, al año siguiente y “visto el recurso de reposición interpuesto por Fray José Mateos y García de Paredes, vicepostulador de la Causa de Canonización de la Sierva de Dios Sor María de Jesús de León Delgado”, el Gobierno canario decide mediante otro decreto que se le cambie el nombre y se la denomine Casa de los Mesa, pues se considera que no está demostrado que la casa perteneciera al supuesto pirata. Más adelante veremos el porqué de ese recurso. 

¿Quién era este pirata? El personaje al que nos estamos refiriendo no es otro que Amaro Rodríguez Felipe, nacido en 1695 en La Laguna y más conocido con el nombre de Amaro Pargo. Conocemos su rostro por un retrato suyo que se conserva en la ermita del Rosario, en el que, debajo de la imagen del Señor de la Humildad y Paciencia, aparece junto a Fray Juan de Jesús y el retrato mortuorio de Sor Maria de Jesús. En torno a su figura se han tejido una serie de leyendas que tienen que ver con las actividades que lo llevaron a navegar por el Atlántico. Pertenecía al estamento nobiliario y no era con precisión un pirata, sino un corsario. La diferencia entre ambos es que el primero actúa por libre, mientras que el segundo lo hace mediante autorización real o patente de corso. Esta autorización daba un carácter “oficial” a los ataques que llevara a cabo contra barcos enemigos del correspondiente país. 

Otro de los lugares relacionados con este personaje es la Punta del Hidalgo, en la playa de San Mateo, bajo los Dos Hermanos, donde se desembarcaban los productos de contrabando. Otra de las lucrativas actividades que se le atribuyen es el tráfico de esclavos desde la costa africana hasta América. En los años 40 escandalizó a la sociedad tinerfeña la publicación de un libro de la doctora María Rosa Alonso titulado Un rincón tinerfeño. La Punta del Hidalgo en el que se relacionaba de manera directa la figura del corsario lagunero con las grandes familias tinerfeñas. Dicho de otra manera, el origen de algunas de las grandes fortunas tinerfeñas estaría en actividades que podríamos calificar, como mínimo, de dudosas. Algunos afirman, además, su pertenencia a la francmasonería, en la que alcanzó el grado de compañero. 

Otro aspecto de Amaro Pargo, y dadas las costumbres de la época no contradictorio, es su gran religiosidad. Hizo donaciones a iglesias y conventos, sobre todo al de las Catalinas de La Laguna, pues sentía una auténtica veneración por la, todavía viva, Sor María de Jesús, la Siervita. Carlos García, en su libro La Ciudad. Relatos históricos y tradicionales de La Laguna afirma que "nunca emprendió negocio, expedición de barco, ni celebró contrato sin antes consultarlo con esta Sierva de Dios y obtuviera su aprobación". Tres años después de la muerte de la Siervita, consiguió que el cadáver de ésta fuera exhumado y, asombrado del estado de conservación del mismo, encargó el sarcófago en el que actualmente puede ser visitada y en el que mandó escribir unos versos en cuyas letras iniciales se puede leer en vertical: PARGO. En nuestros días se está llevando a cabo la causa para la canonización de Sor María de Jesús y parece que se quiera eliminar cualquier obstáculo para la misma, por lo que se está procediendo a una revisión de la figura Amaro Pargo: por ello se insiste en el recurso antes citado en que no era pirata. 

Amaro Rodríguez Felipe murió en 1747 y está enterrado en la iglesia de Santo Domingo de La Laguna. En la lápida del enterramiento familiar, a la entrada del templo, aparece una calavera con dos tibias cruzadas, lo que no ha hecho sino alimentar la leyenda… 

Entonces, ¿no hubo piratas canarios? Sí, y conocemos la historia de uno de ellos. Se llamaba Ángel García, nació en 1800 en Igueste de San Andrés, donde tenía su casa. Ha pasado a la historia con el nombre de Cabeza de Perro, pues su cabeza era deforme. Poco antes de llegar a Igueste, desde la carretera se puede apreciar una serie de edificios a los que no es posible acceder porque una puerta cierra el paso. Es El Balayo, una punta entre dos playas, lugar que se ha relacionado siempre con el pirata. Cerca se encuentra la Cueva del Agua, donde al parecer surtía de agua a sus naves. Tenía su zona de operaciones en el Caribe y en La Habana, camuflado de dulcería su cuartel general. 

Fue comerciante, negrero y asesino sanguinario de los mares. Cuando atacaba un navío mataba sin piedad a todos los que en él iban. Ya a la vejez decidió retirarse a vivir en Tenerife, pero fue reconocido y encarcelado en el castillo de Paso Alto. Poco tiempo después era ejecutado cerca del Castillo Negro. Dulce María Loynaz nos ha dejado un relato literario acerca de este personaje en su libro Un verano en Tenerife. 

La piratería se extinguió en el Atlántico en el siglo XIX, pero todavía queda en nuestras islas el recuerdo, mitad historia mitad leyenda, de su existencia.

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