lunes, 10 de febrero de 2014

HOMENAJE A UNA LECHERA

El antiguo oficio de lechera es probablemente uno de los más sacrificados y recordados por los habitantes de La Esperanza, La Cruz Santa, La Laguna o Santa Cruz. 



Oficio que se simboliza, a las puerta del Mercado Nuestra Señora de África de la capital o en La Esperanza a la entrada de su Ayuntamiento, por sendas estatuas que plasman el esfuerzo, el sacrificio y la dedicación de unas mujeres que aportaban esta actividad a las maltrechas economías familiares, eran tiempos de penuria.




La leche siempre ha sido un artículo de consumo imprescindible, aunque, así como ahora la tenemos al alcance de nuestra mano en botellas y tetrabrik, antiguamente no todos la consumían diariamente, ya que era considerada un artículo de lujo y se reservaba para los niños y enfermos. Es de ésta necesidad tan importante, cuando nace un oficio ya casi olvidado. Las lecheras y lecheros repartían por los pueblos y barrios de la capital la leche.



Antiguamente las lecheras no solo realizaban la venta, sino que además ordeñaban a sus animales antes de despuntar el día para posteriormente, cargando las lecheras repletas de leche sobre sus cabezas, trasladarlas a pie por veredas y caminos desde diversos pueblos de la isla a La Laguna o Santa Cruz. Las inclemencias meteorológicas de los duros días de invierno hacía aún más penoso este tradicional trabajo. Para transportar la carga de forma más cómoda colocaban, entre la cabeza y el cesto, el ruedo, un paño enrollado en forma circular.

Con el paso de los años las lecheras continuaban con las labores de ordeñado y venta, siendo el transporte la única actividad que fue mejorando, primero con burros o bestias de carga y después en las guaguas, siendo muy nombrada y famosa la de la Esperanza llamada "la guagua de las lecheras", y por último con vehículos privados.



Corrían los años cincuenta y la protagonista de este merecido homenaje, Antonia Díaz Fariña, mi abuela, ordeñaba las cabras del rebaño que mi abuelo Félix Rosa González tenía en el puertito de Güímar, siendo su domicilio en la Raya, la Hoya de Güímar, para posteriormente venderla a los feligreses del pueblo. Al poco de morir mi abuelo mi abuela compra una casita en el Barrio Buenos Aires de Santa Cruz de Tenerife, por la extraordinaria cantidad de 2.700 pesetas y continuando su labor de vendedora de leche en la capital, en la estación de guaguas de la plaza Weyler allá por el año 1953.
Ya sin el rebaño de cabras le compraba la leche a un lechero de la Cruz Santa del norte de la isla, para recogerla en un cuarto anexo a la estación de guaguas, justo detrás del repartidor de tiques de la estación. Los cacharros de leche de 5 litros se amontonaban en un banco de éste cuarto y de cuatro en cuatro los repartía a sus clientes, llamados parroquianos o feligreses, hasta agotar las existencias y así día tras día, pues se trabajaba de lunes a domingo durante todo el año. Trabajo duro que continuó durante más de tres años hasta que consiguió un puesto de frutas en el mercado Nuestra Señora de África. 

Sra. Antonia Díaz Fraiña
Fue a partir de los años setenta, cuando comenzaron a florecer las industrias lácteas, el momento en que estos lecheros y lecheras tuvieron que abandonar ésta sacrificada profesión tradicional. No solo por los adelantos técnicos sino por la entrada en vigor de una durísima normativa, tanto de salud pública como de veterinarios.


Esta entrada al blog ha sido posible gracias a los recuerdos que me relató mi madre, Candelaria Rosa Díaz, que me acompañó muchas veces a saludar a mi abuela en la plaza Weyler, gracias mama. Sigo recordando de mi abuela su enorme espíritu de sacrificio, trabajadora incansable y mujer emprendedora.





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